Responde a: Ejercicio de relatoría significativa

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RELATO

UNA HISTORIA DEL MAR

Cierto día, en la playa de Punta Balcones, un niño se encontraba sentado frente al océano. Su nombre era José y estaba esperando el regreso de su padre, que era pescador, con el producto de una faena más de pesca para venderlo en el mercado del lugar. Los párpados le pesaban y el sueño empezaba a ganarle pues llevaba largo rato aguardando el arribo de su padre.

Mientras esperaba, en varias ocasiones el sueño lo arrullaba pero abría los ojos inmediatamente y agitaba la cabeza para sacudirse el cansancio y el aburrimiento. De pronto, fijando su vista en el mar, se dio cuenta que algo flotaba entre las olas. Parecía un animal muerto. No era de gran tamaño. Pronto salió de su duda cuando este bulto flotante comenzó a nadar en dirección hacia la orilla. Era una señal de que estaba con vida.

Al salir de entre las olas, José no podía creer lo que veía. Era una cría de lobo marino en plena orilla, aunque él no lo sabía. Parecía un poco aturdida y desorientada. Como si buscase algo. José, con toda la curiosidad de un niño, comenzó a acercarse hasta el animalito. Nunca había visto un lobo marino, pues los relatos de los pescadores hablaban de un tiempo pasado en que los lobos abundaban en los farallones de Punta Balcones, pero, por la crueldad de las personas fueron exterminados.

La cría no parecía asustarse ante la cercanía de José, quien se aproximaba más y más hasta el curioso lobito. El niño lleno de alegría al ver la docilidad del animal dijo en voz alta que nunca había visto una foca en su vida. El lobito lo miró y, como por arte de magia, le respondió:

– No soy una foca, soy un lobo marino

El niño se echó para atrás lleno de espanto al escuchar al lobo hablarle. Era imposible, los animales no hablan, se dijo el niño. Rápidamente se incorporó e intentó aproximarse un poco más para confirmar si en realidad el lobito le había hablado. Le preguntó con voz dudosa:

– Eres un lo…qué?

– Un lobo marino – respondió afirmativo el animal.

– Yo creí que eras una foca

– No. Siempre nos confunden cuando somos crías, pero soy un lobo marino.

El niño sonrió ante la amabilidad del recién llegado. Le dijo su nombre y le extendió su mano en señal de saludo. El lobito lo miró extrañado, sin reaccionar:

– Anda, me vas a dejar con la mano en el aire. Yo he visto que ustedes saben dar la manito. Lo he visto por la tele.

– Pues eso hacen mayormente las focas y ya te dije que no soy una foca. Además, los lobos marinos que aprenden a dar la mano lo aprenden porque se los llevan a los acuarios y los entrenan para eso, para ser diversión de los humanos.

– Ah…ya veo. Pero de verdad pareces una foca, ¿estás seguro que no lo eres?

– Me llamo Otto Flavio y no, no soy una foca, soy una cría de lobo marino.

– ¿Y cómo puedo diferenciarlos? Es que son tan parecidos.

– Mira, al igual que los lobos marinos, las focas, las morsas y los elefantes marinos pertenecemos a una misma especie denominada Pinnípeda.

– ¿Pinni…qué?

– Pinnípedos.

– ¡Pinnípedos!

– Así es. Y dentro de este grupo estamos nosotros que pertenecemos a la familia de los Otáridos porque tenemos un pabellón en la orejita como el mío,¿ lo ves?

– Sí, lo veo.

– Ahora, dentro de esta familia, existen dos tipos de lobo: El lobo marino fino y el lobo marino chusco, más conocido como Ottarida Flavescens

– Ah, ya sé, ya sé, por eso te llamas Otto Flavio, porque tu especie es Otarida Flavescens

– Exacto mi querido amigo.

– ¿Y las focas?

– Cielos, estás empecinado con las focas. Mira cuando somos crías parecemos focas pero al crecer nos vamos diferenciando. Las focas no llegan a crecer tanto como nosotros y ellas no llegan a tener una melena enorme como la que tendré cuando sea grande.

– ¿Una melena?¿como un león de la selva?

– Pues sí. Por eso también nos llaman leones marinos

– Eso sí es alucinante: verte con una melena, con garras y lanzándote sobre las presas como todo un depredador

– Oye niño, nos crece una melena, pero no nos crecen garras ni nada por el estilo, mucho menos somos grandes depredadores al estilo felino. En realidad somos más pacíficos de lo que imaginas. Si no fuera así, ya te habría mordido un brazo.

– Tienes razón…¿No lo vas a hacer verdad?

El lobito miró con cariño al inocente niño y continuó el diálogo:

– En verdad, José, ¿nunca has visto un lobo marino en tu vida?

– Pues no – dijo el niño suspirando – Mi papá y mis abuelos me han contado muchas cosas acerca de unos lobos marinos que existían hace algunos años en esta playa, pero hoy ya no queda ninguno.

– Sí, la colonia de Punta Balcones. Hace muchos años que nuestros padres nos prohibieron venir a estas playas. El peligro acecha a los de nuestra especie por estos lugares. Ya no es seguro venir para acá

– Mi abuelo me contaba que ustedes eran malos animales. Que rompían las redes y se llevaban la faena de pesca de un día. Por eso los eliminaron de estas playas.

– ¿Eso te ha dicho tu abuelo?

– Sí, así es. ¿Porqué hacían eso?

– Veo que no te han contado toda la historia completa. Mis abuelos también me cuentan lo ocurrido y no es como te lo han contado. Es más triste de lo que crees.

– ¿Puedes contármelo tú?

– Claro, con gusto lo haré. Oye, pero si ves alguna embarcación cerca me avisas. Puedo correr peligro si me ven aquí.

– De acuerdo

– Está bien. Hace muchos, pero muchos años, cuando la civilización moderna no existía, los de mi especie vivíamos en forma pacífica con los humanos. Ellos pescaban lo necesario y nosotros nos alimentábamos con la abundancia de productos que el mar ofrecía. Había tanto para humanos y para lobos que no había mayor conflicto. Algunos de los nuestros eran cazados porque desobedecían la orden de no acercarse a los humanos. Pero aún después de muertos éramos tan útiles para ellos pues utilizaban nuestro aceite, nuestra piel, nuestros huesos y hasta nuestros dientes. Al margen de esto, la vida era feliz entre ambas especies.

– ¿Y qué pasó entonces?

– El hombre cambió. Se volvió un ser insatisfecho y creció su deseo de tener más y más y esto se vivió en la necesidad de explotar más sus recursos. Los peces comenzaron a escasear. Ahora ya no observábamos canoas sino grandes y monstruosas embarcaciones que se llevaban nuestros peces dejándonos sin alimentos. Las pequeñas embarcaciones sufrieron también esta explotación excesiva llegando a entrar en conflicto con los espacios que por mucho tiempo habían sido nuestro hogar. Por donde nadábamos encontrábamos redes mortales que nos atrapaban y ahogaban. La lucha se hacía más intensa. Esto nos obligó a aprender a esquivarlas, saltearlas para salvar nuestras vidas. Pero el hombre se seguía llevando nuestro alimento de manera irracional, sin pensar en las consecuencias.

– ¿Y porqué desaparecieron?

– Pues, porque aprendimos a reclamar nuestro derecho a alimentarnos. Aprendimos a meternos en las redes y a morderlas cuando una de nosotros caía atrapado. Era una forma de decir, este es nuestro hogar y ustedes nos están invadiendo. Pero…

El lobito hizo una pausa mientras miraba la arena de la playa.

– ¿Pero qué?¿qué pasó? – insistió el muchachito.

– El hombre no entendió este acto de rebeldía y lo tomó como una agresión y una violación a su derecho a trabajar. Nos tomaron por animales perjudiciales, enemigos de los pescadores y tomaron justicia por sus propias manos. Con arpones y garrotes en mano empezaron a castigarnos por atrevernos a introducirnos en sus redes. Nuestra piel, aunque gruesa, no era suficiente para protegernos de sus afiladas puntas. Los lobos que fueron agredidos con estos objetos no morían al instante, agonizaban lentamente y terminaban varando. La blanca arena de las playas se convertía en el mausoleo injusto de la irracionalidad del hombre.

– Es muy triste lo que me cuentas. No lo sabía

– Pero aún no termina la historia. Batallar con un lobo era una tarea exhaustiva para el pescador. Por eso y para agilizar el exterminio decidieron matarnos masivamente. Nos envenenaron.

– Pero ¿cómo?

– Inyectaron pesticidas a los peces que solíamos comer. Los arrojaban cerca a las redes de pesca y, al obtener alimento fácil, los lobos se empacharon con festines de peces envenenados que nos condujeron a niveles de muerte nunca antes vistos. Por docenas y centenas los de mi especie aparecían muertos en las playas de esta zona y poco a poco su número fue reduciéndose hasta desaparecer. Nos convertimos en una especie extinguida en esta zona. Esa es la realidad mi querido José.

Se hizo un silencio un poco incómodo entre ambos personajes. Nadie sabía qué más agregar llegado a ese delicado punto. De repente, Juan intervino rompiendo el silencio:

– Y, a todo esto, ¿qué te ha traído a este lugar? Es peligroso para ti que eres tan pequeño

– Si. Estaba nadando en busca de mi madre que ya se ha ausentado varios días. En el trayecto me topé con redes de pesca, muchas redes de pesca, por lo que tuve que desviarme demasiado en mi trayecto. Al final me desorienté un poco y decidí salir a esta orilla para descansar del susto. Además, sólo te vi a ti, así que, pensé que no serías un peligro.

– Y, si ella…¿si ella ha caído en las redes de pescadores?

– Ni siquiera lo menciones amiguito. Me sentiría solo, no podría sobrevivir sin los cuidados de mi madre. En la lobera donde vivo ninguna hembra me podría adoptar. Me quedaría rezagado, sin derecho a alimento y, tarde o temprano, algún macho en celo podría hacerme daño pues mi madre no estará allí para protegerme.

– Lo siento mucho Otto. Lamento que los hayamos tratado tan mal. Me gustaría ayudarte a buscar a tu madre.

– Gracias por tu ayuda José, pero no puedes ayudarme. La debo buscar en el mar. Estoy seguro que ella está viva. Seguro que el alimento se ha alejado de la costa, como suele ocurrir comúnmente a causa de la pesca indiscriminada. Gracias de todas maneras.

– De verdad lo siento mucho lobito

– ¿Sabes cómo me puedes ayudar?

– Dime, ¡te escucho!

– Diles a los niños de tu generación lo que te he contado. Diles que los lobos no somos animales malos ni dañinos. Diles que el resultado de no respetar el equilibrio de los ecosistemas es la desaparición de los mismos, de las especies, de los recursos y, en un futuro, del hombre mismo.

– Está bien. Les diré lo que me has contado y ojalá que cuando seamos grandes no sea tarde para volver a verlos en estas playas, conviviendo junto a nosotros.

– Me alegro por ambos. Espero volver a verte pronto. Y si te haces pescador, acuérdate siempre de este lobito a quien confundiste con una foca.

Ambos rieron mucho. En medio de las sonrisas que ya se difuminaban, un bramido proveniente del océano llamó la atención de los dos amigos. Era la madre de Otto, quien lo había rastreado y regresaba para llevarlo a la lobera, mar adentro.

– Es mi madre, qué suerte que esté viva

– Así es Otto, está sana y salva. Ve rápido con ella, debe estar preocupada de que estés en la orilla en una caleta de pescadores.

– Adios amiguito humano

– Adiós amigo lobo…espero verte con tu melena.

– Espero poder crecer para tenerla. Adiós.

Y el lobito se fue alejando rápidamente hasta el mar encontrándose con su madre y juntos emprendieron el retorno hacia la lobera, mar adentro. Las costas de Punta Balcones ya no eran el hogar para los de su especie.

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