¿Por qué inicio mis reflexiones con esta referencia a la caída del Imperio Romano? Porque indudablemente se trató de una crisis civilizatoria y de honda raíz cultural. Y hoy, las amenazas a la democracia occidental que aspira a construirse desde la ciudadanía tiene, entre sus principales enemigos, a una nueva clase de invasores bárbaros que se han apoderado de buena parte de los aparatos políticos, militares, financieros y empresariales de nuestros países, mediante estrategias absolutamente globalizadas y brutalmente violentas, que han puesto en crisis el concepto mismo de Estado-Nación: me refiero al crimen organizado para el narcotráfico, secuestro, trata de personas, extorsión, feminicidios y toda clase de violencia, que han fracturado los ejes medulares de la convivencia comunitaria y ha colocado a todo el cuerpo social en estado de vulnerabilidad, generando una incertidumbre y desconfianza generalizadas en las instituciones por una larga historia de corrupción, lo que ha dado lugar al peor de los estados, uno que afecta cada vez a más ciudadanos: el miedo individual y colectivo y, más aún, …la desesperanza.
Y todos lo sabemos, la gente con miedo se paraliza, se confunde, visualiza de manera distorsionada el entorno, desactiva su potencial para convivir, y experimenta una ansiedad que la lleva a actuar más impulsiva y reactivamente que de modo racional y organizado. Es decir, el miedo y la fragmentación social inciden de manera devastadora contra la construcción de ciudadanía, que significa, ante todo, la participación comprometida y organizada en los asuntos públicos, el diálogo comunitario para intervenir en la transformación de los problemas que aquejan a la mayoría e inteligencia colectiva y distribuida para actuar de manera eficiente y gradual, de abajo hacia arriba y desde dentro hacia afuera; es decir, gestar una ciudadanía que sea capaz de generar procesos de desarrollo sustentables y sostenidos.
Además de la violencia de la delincuencia organizada, sufrimos ahora un retorno de los discursos de la ultra-derecha, de neonazis, neofascistas y extremistas en Europa, Asia y América, aunado a las crisis migratorias en Centroamérica y África. Todos estos fenómenos, indican profundos conflictos vinculados con la exclusión del “otro” por su origen étnico, raza, situación económica, edad, género, ideología y creencias religiosas. Y por si la violencia contra humanos fuese poco, habría que añadir también una crisis ambiental global, que afecta a todas las especies vinculadas a los ecosistemas y que tiene como origen, principalmente la actividad humana. “El área de la capa de hielo de Groenlandia muestra indicios de derretimiento y este proceso crece a diario: el miércoles 31 de julio (de 2019) alcanzó un récord de 56.5% debido a la ola de calor que batió récords de temperatura en cinco países europeos la semana pasada… El miércoles, el derretimiento provocó la pérdida de 10 mil millones de toneladas de hielo, para pérdida total de 197 mil millones de toneladas en julio.” (https://www.unotv.com/noticias/portal/internacional/detalle/solo-un-dia- deshielo-groenlandia-ascendio-797390/)
¿No estaremos ya frente a una crisis civilizatoria global? En realidad, no puedo estar seguro, pero lo que sí quiero compartir es mi convicción de que una de las vías para replantearnos nuestra existencia en el mundo y rehacernos como proyecto de humanidad, pasa necesariamente por la cultura donde se configura, a partir de las representaciones simbólicas, el modelo de civilización y democracia al que podemos aspirar como sociedad. En dicho proceso histórico de configuración, se sintetizan memoria, diversidad de miradas y lenguajes, sueños y derroteros de un pueblo en permanente y dinámica transformación.
Por eso, la cultura tiene una vocación universalizadora, pues concentra en su seno el proyecto humano: “desde la cultura se comprende y organiza lo humano; más allá de la cultura se une lo limitado con lo que no tiene límite humano. En la cultura está el aprendizaje de sí mismo en su relación vocacional con lo que incluye y rebasa, lo otro, lo más que humano” (Galindo: 1997 p. 22). Además, si entendemos la cultura, a la manera de Gilberto Giménez (Giménez: 2005), como la organización social del sentido, nos queda claro que resulta inherente a nuestra condición humana significar y representar la realidad, mediante acciones subjetivas a través de las cuales comprendemos la realidad, la reproducimos y modificamos. La cultura, dice Prats, puede definirse entonces, como una red de interpretaciones de la realidad y un sistema de formas de comunicación dentro de grupos sociales que comparten códigos y lecturas; desde allí: “la gestión cultural tiene como objetivo potenciar aquella fracción de los productos de la cultura con eficacia simbólica, es decir, el patrimonio cultural, entendiéndose éste además, como una construcción social legitimada.” (Prats: 2009).
Entiendo la gestión cultural “como una práctica sistematizada en proyectos, metodológicamente sustentada en una praxis participativa, que incide en ámbitos significativos de la cultura, para orientar el esfuerzo de una comunidad hacia la transformación de prácticas sociales que favorezcan la recuperación del espacio físico y simbólico, el fortalecimiento de sus identidades, la preservación de su memoria y patrimonio cultural, el estímulo de la expresividad, la creatividad y la convivencia, a fin de generar condiciones adecuadas para el ejercicio de los derechos culturales y la construcción de ciudadanía.” (Mac Gregor: 2017). Ello permitiría abonar al “desarrollo libre, igualitario y fraterno de los seres humanos en esa capacidad singular que tenemos de poder simbolizar y crear sentidos de vida que podemos comunicar a otros.” (Jesús Prieto, en Mac Gregor: 2017)
De allí que, como vemos, la gestión cultural es capaz de incidir en los más complejos procesos de configuración de las identidades: memoria, lenguajes, conocimiento y la creatividad que todo pueblo requiere para dar continuidad a lo humano que ha logrado alcanzar a través su devenir histórico. Desde una óptica freireana, optamos por un tipo de gestión cultural que se construya como proceso educativo, en el que el gestor se constituye en educador-educando y la comunidad gradualmente asume el protagonismo de todos los procesos porque, en efecto: “Nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo. Los hombres se educan en comunión y el mundo es el mediador”. (Freire: 1970). No existen seres humanos sin identidad o sin cultura; existen problemas, carencias, insuficiencias, e intereses culturales compartidos que pueden atenderse mediante el diálogo colectivo y desafiante que se orienta al desarrollo de capacidades y potencialidades cognitivas, creativas, expresivas y organizativas que abonan al ejercicio de la libertad cultural enmarcada en los derechos culturales; esto permite a los grupos e individuos decidir el tipo de cultura que desean compartir y garantizar de esta manera, la existencia, desarrollo y reconocimiento de la diversidad cultural. “La libertad cultural constituye una parte fundamental del desarrollo humano puesto que, para vivir una vida plena, es importante poder elegir la identidad propia -lo que uno es, sin perder el respeto por los demás o verse excluido de otras alternativas.” (PNUD: 2004)
Ante la intervención cultural colonizadora, unidireccional y autoritaria que desde el exterior de una comunidad decide los contenidos y procesos a seguir, aquella que pretende “llevar cultura al pueblo”
(como si no la tuviera) y lo subsume en la apatía y la fragmentación, contraponemos una gestión participativa, planificada, volitiva y guiada desde la óptica comunitaria, configurada desde la propia experiencia histórica de cada pueblo.
La cultura no se produce a manera de abstracciones ideales, sino en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados, es decir, en comunidades. “Y la ausencia de una cultura específica, es decir, de una identidad (específica), provoca la alienación y la anomia, y conduce finalmente a la desaparición del actor. Es precisamente este aspecto, el que confiere a la identidad una importancia fundamental. De ahí que, cuando no está bien constituida, coloca a sus miembros en estado de inacción y pasividad. Coincido plenamente con Boaventura de Sousa Santos cuando afirma: “Lo que es diverso no es desunido, lo que es unificado no es uniforme, lo que es igual no tiene que ser idéntico, lo que es desigual no tiene que ser injusto; tenemos el derecho a ser diferentes, cuando la igualdad nos descaracteriza.” (Giménez: 2005). Debido a todo ello, apostamos por una opción que apunte hacia una gestión cultural para la democracia, enmarcada en políticas de Estado multiculturales que realmente se aboquen al diseño e instrumentación de estrategias interculturales desde la base misma de la sociedad.
Adama Dieng (asesor de la Prevención del genocidio en la ONU) afirma: “Todos debemos recordar que los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio… Recordemos que las palabras matan tanto como las balas… Por eso, debemos hacer todo lo posible para invertir en la educación, en los jóvenes, para que la próxima generación pueda entender la importancia de convivir en paz… Debemos usar la palabra para que se convierta en una herramienta para la paz, una herramienta para el amor, para la unidad social, para la armonía, en vez de que sea usada para cometer genocidio y crímenes de lesa humanidad” (2019) (https://www.youtube.com/watch?v=U-PFqmT2-m0) Al momento de escribir este texto, se difunde la noticia de la masacre en El Paso, Texas, perpetrada por un joven de 21 años que asesinó a tiros a 22 personas e hirió a otras 24; ocho de los muertos, de nacionalidad mexicana. Las autoridades apuntan a que Patrick Wood Crusius, un hombre blanco de 21 años, colgó en internet un texto que hablaba de una “invasión hispana de Texas” y planteaba: “Si podemos deshacernos de suficientes personas, nuestra forma de vida puede ser más sostenible.” (https://elpais.com/internacional/2019/08/04/actualidad/1564933988_774687.html). Ello, en el contexto de un incremento exponencial de mensajes de odio de supremacistas blancos, pintas racistas y asesinatos. Entre 2012 y 2015 no se registró ningún incidente de este tipo; de 2016 a la fecha, habían muerto en balaceras demenciales como la mencionada del sábado 3 de agosto, 18 personas. (Información de Milenio noticias del martes 6 de agosto de 2019). Donald Trump abanderó desde años antes de que asumiera la presidencia de los EEUU un discurso xenófobo, cuyos efectos ahora se manifiestan en esta clase de matanzas.
Quizás ya a estas alturas, podamos comprender mejor por qué en el siglo XXI, los modelos hegemónicos y antidemocráticos practican recortes presupuestales de manera sistemática en los rubros de cultura, ciencia, tecnología y han desarticulado del sistema educativo a la educación artística; porque es justamente desde dichos ámbitos donde florece lo mejor del humano: su capacidad de asombro, la formación de una conciencia crítica capaz de cuestionar y exigir sus derechos; su potencial de expresar belleza y conmoverse ante la emoción que ésta provoca; su posibilidad de normalizar la convivencia comunitaria de manera pacífica, respetuosa y solidaria; su capacidad de saberse parte de un planeta que requiere preservarse para garantizar la supervivencia humana. Y todas esas capacidades son las que permiten la construcción de la verdadera democracia.
En Medellín, Colombia, después de la traumática experiencia provocada por décadas de violencia generalizada se construyó, junto con el nuevo siglo, una visión que atrajo la atención de todo el mundo y sigue siendo considerada una visión ejemplar de política cultural. Lucía González Duque, exdirectora del Museo Casa de la Memoria de Medellín, en el I Congreso Panameño de Educación y Museos de
Panamá, lo expresa claramente: “En Medellín hemos colocado la cultura en el centro del proyecto de desarrollo (…) Entendemos la cultura como ‘el asunto’ del desarrollo. Entendemos que es la cultura la que transforma. Entendemos que es desde la cultura que tenemos que transformar a los sujetos y a las realidades; eso no se transforma desde la política (…) No se transforma desde la economía, sino que se transforma desde la emoción que logremos instalar en un país de sí mismos y de la relación con los otros (…) En la medida en que construyamos ciudadanos responsables orgullosos de sí, orgullosos de lo que tienen y orgullosos de los otros, con los que hacen ciudad, vamos a construir ciudadanía, es decir, sujetos responsables, y vamos a construir nación, es decir, sentirnos miembros de una colectividad a la que nos debemos”. (Durante el Congreso de Antropología e Historia realizado del 7 al 9 de septiembre de 2016 en Panamá, organizado por la Asociación de Antropología e Historia de este último país)
El actual gobierno de México que pretende realizar lo que llama “La Cuarta Transformación” (que transforme al país desde sus cimientos como lo hicieran primero el movimiento por la Independencia – principios del siglo XIX-, luego el movimiento de la Reforma –a mediados del mismo siglo- y después la Revolución de 1910) ha anunciado y está llevando a cabo, una política cultural realmente interesante, porque aspira a generar una cultura incluyente que dé prioridad a los grupos históricamente excluidos; un enfoque de cultura comunitaria, horizontal y desde lo que la gente significa como prioritario; impulsa el programa: Semilleros Creativos (Formación artística comunitaria mediante grupos permanentes de creación colectiva y participación con niñas, niños y jóvenes, elementos que les permitan construir diálogos y relaciones solidarias en sus entornos sociales y comunitarios). Las Milpas (Autodiagnósticos para la creación de consensos para la acción cultural comunitaria) y los Jolgorios (Fiestas comunitarias desde las expresiones que la gente reconoce como aquéllas que les dan identidad, en espacios seguros, de juego y donde la emotividad genera lazos afectivos).
Rodrigo Cordera, Director del Programa Misiones por la Diversidad Cultural de la Secretaría de Cultura, explica: “El enfoque de las Misiones tiene una participación ciudadana muy fuerte para hacer valer el derecho a la cultura. No llevar la cultura, sino detonar y generar procesos de participación para que los artistas tengan un espacio.” Reconocer las dinámicas particulares en cada territorio y diseñar estrategias territoriales requiere de promotores y gestores culturales calificados. En los meses pasados se realizó una convocatoria nacional a la que respondieron miles de ellos, de todas las edades y diferentes niveles formativos y de trayectoria; la selección se sustentó en la experiencia de trabajo comunitario comprobable. Equipos de capacitadores a nivel nacional forman a los seleccionados a nivel regional y de ese modo, por el llamado efecto “cascada”, se van activando las capacitaciones en todo el país. Quienes encabezan este proceso, consideran que el tema de la violencia que nos aqueja a nivel nacional de manera creciente y cada vez más brutal, vaya disminuyendo paulatinamente. (La información de este párrafo se tomó del video -2019- cuyo enlace aparece como https://www.youtube.com/watch?v=Xd9sLETbarM)
Por supuesto que no podemos atribuir a la cultura, de manera mágica e ingenua, la tarea de enfrentar a la violencia y los desastres que padecemos en solitario y menos aún desaparecerla. Es claro que los Estados tienen que hacer mucho más. Como bien afirma Liliana López Borbón: “La gestión cultural es una alternativa para la construcción de ciudadanía, en el marco de la libertad cultural necesaria para el desarrollo humano. Nuestra mirada se enfoca en las contradicciones de la ciudad como lugar donde transcurre la vida, en el modelo comunicativo (no difusionista) como necesidad urgente, en el territorio como posibilidad y en la construcción del diálogo intercultural como laboratorio para la convivencia.” (López: 2017)
Ello se debe articular con una obligación del Estado, en particular, para diseñar políticas culturales que garanticen derechos culturales y se comprometan con perspectivas como las aquí planteadas (que surgen del análisis de experiencias ya realizadas con mayor o menor impacto en distintos países
latinoamericanos y de documentos de la UNESCO y otras prestigiadas organizaciones e instituciones nacionales o internacionales); y también debe involucrarse a la sociedad, en general, para diversificar y experimentar nuevos modelos de gestión cultural institucional o independiente, cada vez más incluyentes, innovadores, colaborativos y cargados de esperanza.
Podemos concluir que resulta imposible concebir un desarrollo civilizatorio profundamente humano y una democracia realmente viva, sin considerar y reconocer la relevancia de las múltiples culturas que representan nuestra diversidad creativa, donde se configuran cotidiana y permanentemente la ciudadanía y sus identidades; su memoria colectiva y sus espacios simbólicos para la recreación de sí mismos, en la convivencia para la paz, la protección del medio ambiente y la certeza de futuros mejores.
Referencias bibliográficas
Freire, Paulo. (1970) Pedagogía del oprimido, Siglo XXI Editores, México, p. 86. Galindo, Jesús. (1997) Sabor a ti. Metodología cualitativa en investigación social. Ed.
Universidad Veracruzana. México.
Giménez, Gilberto. (2005) Teoría y Análisis de la Cultura, Colección Intersecciones, vols. 5 y 6, editados por CONACULTA (Dirección General de Vinculación Cultural) y el Instituto Coahuilense de Cultura (ICOCULT). México.
López, Liliana. (2017) “La gestión cultural como construcción de ciudadanía.” Ensayo ganador del Premio Internacional Ramón Roca Boncompte de Estudios de Gestión Cultural (España). México, 2015.
Mac Gregor, José Antonio (2017) “Promoción y Gestión Cultural” en ¡Es la Reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024. Coordinado por Eduardo Cruz Vázquez. Editarte. México.
PNUD (2004) Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Informe sobre Desarrollo Humano 2004. “La libertad cultural en el mundo diverso de hoy”. Ediciones Mundi-Prensa. España.
Prats, Llorenç. (2009) Antropología y patrimonio. Editorial Ariel, S.A. México.
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