Turismo Cultural Pesca El Salvador

El turismo cultural está inmerso en un entorno de profundas transformaciones.

Los intentos por proyectar o predecir escenarios sobre el desarrollo de las industrias culturales y creativas o el crecimiento y comportamiento de los viajeros, han resultado a todas luces rebasados por la realidad, pues en los últimos veinte años, el entorno internacional ha experimentado cambios profundos en lo político, lo social, lo ambiental y lo económico.

¿Para qué el turismo cultural?

Hoy, el turismo cultural no solo se plantea como una forma para atraer visitantes y generar ingresos, sino como una actividad que refuerza la aceptación de la diversidad cultural como valor humano, que impulsa la inclusión a partir de un proceso de apertura en la asignación de valores a los bienes patrimoniales.

Cada día más, reconocemos que el valor del patrimonio cultural se asigna socialmente y por tanto es temporal y mutable, pues está cargado de lecturas e interpretaciones múltiples e incluso contradictorias que van interrelacionándose en función de percepciones individuales y colectivas.

Esta consideración hace necesario estar atentos a la influencia que el turismo cultural tiene y tendrá en la construcción de significados que afectan hacia uno u otro lado la valoración de el patrimonio local, el respeto a las diferencias y el bien común.

Los cambios tecnológicos

No podemos dejar de contemplar la evolución tecnológica, que ha impulsado la transformación de la forma como nos comunicamos, nos comprendemos y hacemos negocios. El portal de estadísticas Statista, prevé que en el 2020 habrá 50 mil millones de dispositivos conectados en todo el mundo y para el 2025 habrá más de 75 mil millones.

El Internet de las cosas es una realidad que no imaginábamos hace diez años. El hecho de que los electrodomésticos, televisores, smartphones, dispositivos de monitorización deportiva, relojes, cámaras de vigilancia, routers, autos y otros pequeños sensores estén conectados a la red produciendo datos, es un reto que aún no terminamos de dimensionar, pero podemos intuir que seguirá incidiendo en la intensificación de la velocidad del cambio.

El aumento exponencial de la inteligencia artificial, que se utiliza para multitud de tareas enormemente complejas y no tanto, parece estar provocando nuestra incapacidad para predecir sus consecuencias en lo cotidiano y en lo que aún no conocemos.

La agenda 2030

Por otra parte, la adopción de la agenda 2030 para el desarrollo sostenible, que ha sido adoptada de forma unánime por los países miembros de la ONU, marca un parteaguas en el panorama de desarrollo y reconoce la necesidad de generar actuaciones de carácter universal, inclusivo y transformador que responden a objetivos económicos, sociales y ambientales cuyos límites se difuminan.

Sabemos que el cambio climático y sus consecuencias, entre las que se incluyen sequías, inundaciones y otros desastres naturales, así como el aumento del nivel del mar, están afectando principalmente a los sectores más pobres y vulnerables.

El reto de aprovechar y medir el turismo cultural

En este contexto, el reto del turismo cultural ha dejado de ser atraer más turistas que gasten más y se queden más tiempo, para convertirse en una posibilidad más, que nos permita imaginar y concebir un mundo más inclusivo, más justo, con mayor igualdad para las personas y más saludable para los ecosistemas, en el que la innovación y la resiliencia jugarán un papel fundamental, lo que nos implica desde luego, trascender a los sistemas tradicionales de inventario, categorización, jerarquización y medición que habían sido utilizados en el pasado.

Hace apenas unos años, parecía suficiente que las metodologías culturales se orientaran a inventariar y categorizar, mientras las turísticas jerarquizaban los bienes patrimoniales en función de su peso para motivar la visita a un destino o incrementar el gasto turístico con impactos de corto plazo.

Ahora el patrimonio cultural y su uso público, se interpreta en términos de su aprovechamiento tanto para el desarrollo económico como social, tanto para los visitantes como para los habitantes de las localidades en que sucede el turismo, teniendo en cuenta además el impacto de cada actividad humana en el medio ambiente local.

Estas nuevas condiciones hacen necesario establecer parámetros para realizar estimaciones de desarrollo a partir de factores que se vinculan con la aplicación de Big Data, así como de percepciones cualitativas colectivas e individuales, que se encuadren en los conceptos y contexto que trascienden al turismo cultural y se asocian con el desarrollo local.

La valoración del turismo cultural ya no solo se limita a aquellos elementos que distinguen los gustos y necesidades de un grupo de consumidores, sino a un cúmulo de expresiones y referentes que por una parte generan identidad al interior de los diferentes grupos humanos y reconocimiento frente a los demás, por la otra a las adaptaciones que requiere la interoperabilidad de un mundo conectado.

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