¿Será que somos víctimas de la circunstancias? ¿Y que no hay nada en el mundo que podamos hacer para manejar nuestras vidas? Quizá en algún momento te has sentido de esta manera y esto sería totalmente normal. Todos tenemos el derecho de tirarnos al drama de vez en cuando pero cuando esta se vuelve tu manera de estar ante el mundo es tiempo de parar, respirar y abrirte a la posibilidad que tú estás en control de tu propia vida. Nadie más, solo tú.
En este artículo te platicaré sobre las emociones, su alta capacidad de contagio y la importancia que tienen en la concepción de una anfitrionía empática. Si tú las dejas, se pueden adueñar de ti y de tu vida, si las usas de forma adecuada, te ayudarán a comunicarte mejor contigo y con las demás personas.
Un día como cualquier otro
Suena la alarma. Me paro adormilada y me paro de mi cama rica y calientita. Doy un paso y sin pensar y sin medir mí espacio… el dolor mas horrible me paraliza. Un dolor de aquellos que va desde mi dedito chiquito hasta el último de mis cabellos. Ese tipo de dolor que sólo se compara con el dolor de estar a punto de dar a luz por primera vez. Para las personas que no lo han experimentado, es ese tipo de dolor que no puedes comparar con nada, sólo piensas que nunca va a ceder y te cuestionas si realmente saldrás con vida.
Mi dedito chiquito del pie izquierdo se estrelló contra la pata de la cama. El dolor es tan fuerte que todas las malas palabras que están en mi repertorio empiezan a salir. Y así sigo, con estos pensamientos tan potentes que me hacen sentir que mi cabeza me va a explotar hasta que por fin me puedo sentar a sobarme. No puedo dedicar mucho tiempo porque tengo que prepararme para ir al trabajo. De a brinquitos llego al baño, abro el agua caliente y no calienta. Voy a revisar si el boiler está prendido y no lo está. No tengo tiempo para esperar a que se caliente el agua y me meto a bañar con agua fría. Mi día se empieza a descontrolar. Salgo de bañarme, busco la blusa que tenía pensada ponerme y no la encuentro. Busco en la ropa sucia y no está. Busco en la ropa para planchar y la encuentro. Veo la hora. No me da tiempo de plancharla así, que voy al closet a buscar otra blusa pero ninguna me satisface. Tomo otra blusa, de malas, me la pongo y no me siento cómoda, pero decido usarla porque el tiempo apremia. Ya con prisa, voy al refrigerador para prepararme mi desayuno y me doy cuenta de que ya no tengo ni uno de mis yogurts bebibles. ¿Es en serio? Y estamos a fines de quincena. Tomo una fruta y me voy pensando que aparte de tener que pagar mi comida voy a tener que ver que me compro para desayunar.
Lo único que puedo pensar es que esta quincena ya no ahorré para mi viaje, obviamente voy a tener que completar del guardadito para pagar la tarjeta. Y así, con esos pensamientos desastrosos, tomo las llaves y me salgo de casa sintiéndome total y completamente frustrada. Me subo a mi coche, lo intento prender, pero como la batería está a punto de morir, no prende. Les rezo a todos mis santos y después de dejarlo respirar, mi coche decide prender. Lo malo es que ya voy 15 minutos atrasada. Y quince minutos son quince minutos cuando me enfrento al tráfico mañanero. Las salidas de mi ranchito están topadas y un trayecto que normalmente me hubiera llevado 30 minutos se convierte en un trayecto de casi hora y media.
Llego corriendo al trabajo 20 minutos tarde. Aparte del descuento que me harán la siguiente quincena por llegar tarde, ya estoy pensando en el regaño de mi jefe. Llego tarde a la junta de alineación y todas las miradas están sobre mí, siento que me están juzgando, pensando mil y un cosas horribles sobre mí. Se acerca una de mis compañeras y me pregunta si estoy bien.
¿Cuál creen que fue mi respuesta? ¿Cuál sería tú respuesta si tu vivieras una mañana así?
Seguramente, sólo de leer cómo me fue ese día ya te habrás hecho a la idea de que tuve un muy mal día todo el día. Y lo peor del caso es que no nada más yo tuve un mal día, sino que también fui capaz de contagiar a muchos más de mi mal humor. Y todo por culpa de mi dedito chiquito.
Como dice Daniel Goleman, las emociones son contagiosas. Cuando vas a tomar un café con un amigo muy querido te sientes feliz, a gusto, listo para conquistar al mundo, ¿cierto? Pero qué pasa cuando tenemos un encuentro con una persona que nos brinda un pésimo servicio en una tiendita, si no tengo el conocimiento para saber separar mis emociones de las de la otra persona, seguramente saldré de la tienda sintiéndome mal, frustrada y si no sé qué hacer con mi sentir contagiaré a todas las personas con las que entraré en contacto a lo largo del día. Las emociones son como la manzana podrida, basta una para que todas las demás sigan el mismo camino.
El darse cuenta
Estoy segura de que en algún momento has tenido un inicio de día así, en donde todo lo que podría ir mal SUCEDE. Y no nada más se queda en el inicio del día, van pasando más y más cosas y justo cuando piensas que nada más puede pasar, otra cosa se descompone, se pierde, se rompe. En fin, lo único que quieres es que el día acabe para ponerle fin a tu agonía.
A mí me pasaba antes y mucho, hasta que aprendí que la que tiene el control soy yo. Una vez que me encontraba totalmente tirada en mi drama personal, porque nada en mi vida funcionaba, según yo, recibí la llamada de un muy buen amigo. Me preguntó lo obligado: ¿Cómo estás? Y yo como la teatrera que soy, le platiqué todo lo que me había ocurrido en mi día y sí, lo tengo que admitir, echándole un poco más de drama al asunto. Se quedó callado unos instantes que me sirvieron para reflexionar.
Pensé en mi cabecita loca que quizá estaba exagerando y que yo había tenido la culpa por haberme parado tan rápido y sin pensar y que por eso me golpeé el dedito chiquito y que bueno, pude haber preparado mi ropa desde el día anterior y de paso haber prendido el boiler, y que si ya sabía que la batería del coche andaba fallando la debí de haber llevado al electricista hace un mes. Todos esos pensamientos empezaron a inundar mi cabeza. La ansiedad tomó el control de mi cuerpo empecé a respirar mas rápido y me sentí mareada. Todo esto por pensar en una situación que ya había pasado y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.
“¿Te das cuenta de cómo estas echando a perder tu día? ¿Cuánto valor le estas otorgando a las cosas que están pasando fuera de ti?” me contestó mi amigo. Y mi cabeza otra vez al mil buscando justificaciones hasta que me mató todas y cada una de ellas con la siguiente pregunta.
“¿Quién maneja tu vida? ¿Tú o las circunstancias?”
Que golpe tan bajo, cuestionarme a mí, yo que tengo una maestría en psicoterapia Gestalt, un master en programación neurolingüística y otro en coaching. Pero el golpe mas bajo vino cuando me di cuenta de que tenía toda la razón. A pesar de todo lo estudiado, todo lo vivido, me encontraba en el hoyo, enfrentándome a mis demonios.
Así que decidí retomar los libros, el trabajo personal, la inteligencia emocional y tomar auto conciencia.
La primera vez que escuché el término de inteligencia emocional fue cuando cursaba el segundo semestre de la maestría en psicoterapia infantil en 2001. Nos pidieron empezar a pensar en nuestra línea de estudio e investigación para la materia de metodología y elaboración de trabajo terminal para titulación de maestría. Recuerdo que cuando mencionaron inteligencia emocional como una de las líneas que podríamos trabajar me llamó tanto la atención que no escuché ninguna otra.
Contacté a la maestra responsable del tema al día siguiente y por correo recibí una lista de libros a leer antes de nuestra primera reunión. Uno de esos libros era inteligencia emocional por Daniel Goleman. Fui corriendo a comprarlo y ha sido una de las mejores inversiones que hecho en mi vida y en ese momento empezó un caminar que hasta el día de hoy no ha terminado.
La práctica
El primer momento en el que me di cuenta de que yo podría estar a cargo de mis emociones fue cuando empecé a leer y aprender los conceptos básicos de la inteligencia emocional, pero, realmente, me cayó el veinte de que yo podría estar en control de mis emociones y por ende de mi vida, mientras cursaba mi primera certificación en programación neurolingüística y aprendí sobre la mente.
Digamos que la mente puede ser comparada con un iceberg.
La parte visible del iceberg es lo que hacemos a nivel consciente, es decir, lo que decidimos que vamos a hacer y lo hacemos. Esto implica que sólo del 5 al 7 % ,aproximadamente, de las elecciones o decisiones que tomo son pensadas y conscientes. ¿Entonces qué pasa con el 95% de todas las demás cosas que pasan en mi vida? ¿Quién toma estas decisiones?
Si vemos el diagrama, quien realmente toma las decisiones y acciones de mi vida no soy yo, bueno si soy yo, pero en realidad es mi asistente, mi mente subconsciente. Las acciones de supervivencia, como respirar, el que mi corazón lata y bombee sangre a todo mi cuerpo y todos los demás procesos biológicos necesarios para que mi cuerpo siga funcionando son llevados a cabo por mi mente inconsciente. La mente es maravillosa en su totalidad, pero quisiera en este momento centrar mi atención en la mente subconsciente.
Mi mente subconsciente es la que toma las riendas, reacciona por mí y activa los patrones de comportamiento que están entretejidos y se activan cada vez que algún estímulo, externo o interno, se presentan en mi radar. Nuestra mente guarda memoria de todo lo que nos marca y empieza a establecer patrones de conducta que nos ayudan a preservar nuestra integridad. En el momento en que se establecen, mi mente conmigo, estamos de acuerdo, que no hay otra manera en la que podamos actuar y es nuestra mejor opción.
Hay algunas cosas acerca de la mente subconsciente que es importante que sepas:
- Es literal, no entiende bromas ni sarcasmos.
- Siempre accionará de la manera en que, según ella, te estará salvaguardando de cualquier peligro.
- Cuando tú trates de cambiar tus patrones, hará todo lo que esté en su poder para regresarte por el buen camino. Por eso, cuando intentamos cambiar hay tanta resistencia.
- Le gusta lo conocido. No le gusta experimentar caminos o sensaciones nuevas.
- Puede ser tu mejor aliada o tu peor enemiga.
Generando alianza con mi mente
Como hemos visto hasta el momento, nuestra mente subconsciente toma control de nuestras acciones y reacciones. Y no siempre es la mejor opción. En algún momento lo fue, pero muchas veces nuestros patrones caducan, se vuelven obsoletos y nos impiden avanzar como nosotros quisiéramos.
La buena noticia es que podemos reprogramar nuestra mente con la ayuda de la inteligencia emocional.
Como vimos en el video de Inteligencia emocional y anfitrionía, la inteligencia emocional consta de 5 esferas.
Para el propósito de este artículo, pongamos especial atención en las dos primeras esferas:
- Reconocer tus emociones.
- Manejar tus emociones.
Nuestra mente subconsciente es la que marca qué estímulos internos o externos provocan en nosotros cada emoción y para esto, se basa en experiencias del pasado. De igual manera, nuestra mente subconsciente nos marca cómo reaccionamos ante estas emociones. Recuerda que ella siempre elegirá la opción que le ha servido en algún otro momento y ahora puede que no sea tu mejor opción.
Para empezar a establecer otros patrones es necesario darnos cuenta cuando surgen las emociones.
¿Cómo podemos darnos cuenta de las emociones que estamos experimentando?
Hagamos un ejercicio rápidamente. Piensa en un momento en el que hayas estado muy enojado. Trae ese momento a tu memoria y recuerda que pensamientos pasaban por tu cabeza, cómo respirabas y en que postura se encontraba tu cuerpo.
Hemos descubierto las tres claves para empezar a reconocer y reprogramar nuevas maneras de manejar nuestras emociones.
- Pensamientos
- Respiración
- Corporalidad
Estos tres elementos componen lo que en programación neurolingüística conocemos como cadena de excelencia. La cadena de excelencia es una herramienta que nos ayuda a identificar nuestras emociones y empezar a generar nuevas maneras de manejarlas de modo consciente.
Puedes empezar por ubicar lo que piensas y de allí darte cuenta cómo tus pensamientos se traducen en tu forma de respirar y a su vez impactan tu corporalidad, es decir, que tu cuerpo adquiere ciertas posturas con respuesta a tus pensamientos y tu respiración. O bien, puedes empezar por tu cuerpo y darte cuenta de lo que estás pensando y cómo estás respirando. Tu tercera opción es poner atención a tu respiración, de allí te puedes percatar de tus pensamientos y tu corporalidad.
No importa por dónde empieces, ya sea por tus pensamientos, por tu cuerpo o por tu respiración, los tres están conectados. Lo importante es que hagas un hábito de estar en constante contacto contigo mismo utilizando la cadena de excelencia como base.
A partir de este momento, tú tienes la capacidad de decidir si dejas que tu dedito chiquito maneje tu vida o si tomas acciones encaminadas a transformar la manera en que manejamos nuestras emociones. Así de simple, pero tienes que ser constante y emplear la cadena de excelencia las veces que sean necesarias. Recuerda que el poder de la transformación está dentro de ti, basta con darte la oportunidad de reconocerlo y ponerlo en acción
Comenta con facebook